Thursday, November 29, 2007

A Faciolince

Querido Héctor, solo admiramos a alguien querido, por lo demás, es fácil escribirle una carta que usted no va a leer, pero no me importa, ya lo he hecho muchas veces. Definitivamente Héctor es un nombre de guerrero, héroe y villano. Abad, ser medieval, casi santo pero pecador, ser misterioso, que no tiene ninguna respuesta. Faciolince, ese es su mejor rasgo, por el que yo lo distingo.

Los escritores juegan con las palabras, crean armonías, rimas, intrigas, por eso es una profesión tan complicada.

Si miramos la historia de la literatura, los grandes clásicos tienen títulos contundentes: La Iliada, Comedia (Divina Comedia), Ulises, El cantar del Mio Cid, La insoportable levedad del ser… incluso Basura, si nos referimos a una obra suya, en particular. Pero hay títulos que nuestra memoria nunca retiene, Fragmentos de amor furtivo, con decirle que tuve que mirar la carátula para recordar el nombre.

El gran éxito de los novelistas radica en la trama, en cómo cuentan sus historias, me ensañaron en la academia, y para eso hay muchas formas, una es la novela decimonónica, la que tiene principio, nudo y desenlace, y esa la conoce usted muy bien. Pero ¿Qué pasa cuando una historia rompe los esquemas? Tenemos ejemplos maravillosos en la literatura latinoamericana, Rayuela, la obra abierta proclamada por Unberto Eco. Y me gustaría citar una obra suya que me gusta mucho, Basura, donde hay dos personajes, el escritor y el reciclador, que construye su obra desde los fragmentos desechados, desde los desperdicios del intelecto. Incluso, hay novelistas como Saramago que hacen sus obras minando la sintaxis.

El cómo es tan importante como el final de las historias. Recuerdo Ensayo sobre la ceguera, donde se desconoce el desenlace de la mujer que guía a los ciegos. O en Basura, donde un tercer personaje, femenino, desenreda la trama y une los cabos sueltos.

Ahora estoy frente a la última página de Fragmentos, vacía, creyendo primero, que si Rodrigo se salva la historia de amor fracasa, y eso implica que lo romántico aún vive en nuestros corazones, y podemos creer que los tres o cuatro espíritus de la navidad hacen cambiar a una persona intempestivamente (Dickens).

Segundo, si Rodrigo perece, el amor se sublima, lo cual es una idea proclamada por el romanticismo, pero fatalista porque lo que triunfa no es la esperanza, sino la culpa, la cual lentamente va consumiendo el cuerpo hasta devorarlo, y quedar, como en El retrato de Dorian Grey, reducido a un adefesio, a un mausoleo de rostros y rastros indefinibles en la memoria de la protagonista: Susana.

De cualquier forma, no hay nada mejor que un no final, una historia inconclusa, Las mil y una noches, Sherezada contando su propia historia, hilando la trama, salvando su vida noche tras noche del tedio y del olvido, creando con palabras un pasado, inventado amantes, dejándonos a nosotros, los lectores, ser espectadores de sus aventuras y desventuras, y, sobretodo, ser participes de su futuro, constructores de una realidad que sólo nos puede dar la ficción.

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