Lo más divertido era subirse al árbol y las tres de un brinco ya estábamos arriba. Todos creían que el mejor lugar estaba abajo, recibiendo las manzanas, nosotros creíamos que el mejor lugar era darlas, ofrendarlas a nuestros compañeros y pensábamos que ese juego era divertido.
La primera vez nos reunimos todos fue maravilloso, armónico, ya sabíamos que todos podíamos comer manzanas, como dijo Edelmira, nos negaron el paraíso y nos dieron el placer de la fruta, pobre Dios, tan ingenuo. Las manzanas eran jugosas, y con un mordisco, la boca se nos llenaba de ese sabor dulce, grumoso.
Nos gustaba cantar, y corríamos alrededor del árbol, caímos en la tierra, y nos levantábamos, así era toda la tarde y todas las tardes, ninguno faltaba a la cita, aunque tuviéramos mucho que hacer, aunque nuestras madres gritaran por los campos.
Mi madre, estricta y trabajadora, llegaba al árbol y nos bajaba de un grito, pero Nelly siempre se hacia la sorda, y seguía pasando las manzanas de las ramas mas altas. Mamá se disgustaba y se iba conmigo, me regañaba todo el camino, incluso una vez, llego a pegarme. Nelly, en medio de su rebeldía, sufría mucho por mí y por ella misma. Trepar el árbol era su forma de escapar de la rutina y de la presión que ejercía mamá en su vida.