Thursday, February 28, 2008

El árbol de manzanas

Lo más divertido era subirse al árbol y las tres de un brinco ya estábamos arriba. Todos creían que el mejor lugar estaba abajo, recibiendo las manzanas, nosotros creíamos que el mejor lugar era darlas, ofrendarlas a nuestros compañeros y pensábamos que ese juego era divertido.

La primera vez nos reunimos todos fue maravilloso, armónico, ya sabíamos que todos podíamos comer manzanas, como dijo Edelmira, nos negaron el paraíso y nos dieron el placer de la fruta, pobre Dios, tan ingenuo. Las manzanas eran jugosas, y con un mordisco, la boca se nos llenaba de ese sabor dulce, grumoso.

Nos gustaba cantar, y corríamos alrededor del árbol, caímos en la tierra, y nos levantábamos, así era toda la tarde y todas las tardes, ninguno faltaba a la cita, aunque tuviéramos mucho que hacer, aunque nuestras madres gritaran por los campos.

Mi madre, estricta y trabajadora, llegaba al árbol y nos bajaba de un grito, pero Nelly siempre se hacia la sorda, y seguía pasando las manzanas de las ramas mas altas. Mamá se disgustaba y se iba conmigo, me regañaba todo el camino, incluso una vez, llego a pegarme. Nelly, en medio de su rebeldía, sufría mucho por mí y por ella misma. Trepar el árbol era su forma de escapar de la rutina y de la presión que ejercía mamá en su vida.

Nelly era mi hermana menor, tenía doce años y mamá la trataba de controlar, cosa que nunca logro, Nelly hacia lo que quería y cuando quería, entraba y salía de casa como Pedro, estudiaba cuando quería y cuando no dormía, lo único que le interesaba era el árbol y la libertad que le producía trepar, se sentía cómoda con nosotros, a veces, cuando el tiempo se detenía, ella nos contemplaba y deseaba que todo fuera perfecto, como ese momento, pero los planes eran otros, como decía Edelmira, Dios es malo porqué ya no deja que nada sea perfecto, nos conduce una y otra vez al error…para aprender –gritaba Nelly­- para torturarnos. Para hacerlo mejor la siguiente vez -le decía yo y nos abrazábamos.

Wednesday, February 27, 2008

El paraíso perdido

Y el mundo se detuvo ante los ojos de Lina. Qué tan tarde puede ser, si la lluvia no se detiene en meses, o si la noche oculta al sol, o si tu mueres y yo me quedo sin tu voz.

Teco y Luna cantaban y cantaba, ni siquiera de noche nos dejaban descansar, era una sensación abrumadora; al principio la novedad, fue agradable, pero con los días todo se torno repetitivo, aburridor.

Miltón, mi tío, no se atrevía a decirme nada, pero estaba que sacaba los pájaros de la jaula y los dejaba volar, para siempre, situación un tanto extrema. - Que cantaran no era el problema –decía Miltón-, una vez y otra vez, ¡que siempre cantaran! era lo que le aburría, un día tomaría una decisión, la menos correcta.

Lina era pequeña pero muy perspicaz, le gustaba dibujar, adoraba el color verde, claro, oscuro, limón… conocía toda la variedad de verdes, los que daban sus colores, las crayolas, las acuarelas, los vinilos. Pintaba paisajes, y los nutría con colores azules y muchos pájaros; fue así como descubrió un día, en el árbol del pueblo a sus dos canarios, se enamoró de sus colores, de su canto. Y fue así como Miltón le ayudo a atraparlos.

Pero la noche, hay noche aquella en que en medio de la plaza, junto la obelisco le tocó llevar la sombrilla de su tío y no la jaula, y ella llevaba su carpeta, iban rumbo a la casa de su abuela. Noche triste en que su tío resbaló y la jaula cayo al piso y los pájaros volaron. Noche aún más triste, cuando descubrió que sus dibujos también habían caído, y se habían mojado, y el agua era una con el papel y el papel se había desdibujado y sus canarios volaron y volaron muy lejos.

Carolina Jiménez

Febrero 19 de 2008

Saturday, February 16, 2008

Una noche, una noche larga

Estaba oscuro, y como creo, no era de noche, pero mi percepción del tiempo puede estar un poco trastocada, todo es posible.

Moví un poco las piernas, las tenía entumidas, sentí que de los dedos del pie se desprendía un poco de sangre, quise recordar donde estaba, y me fue imposible. Levante la mirada, sólo por costumbre, y no vi nada… nada, me angustie, un dolor insoportable sacudía mi pecho, me levante sin fuerzas, resbale, grite, llore, maldije… -¿y ahora qué? Pensé.

Algo dentro de mi ser me decía que todo iba a estar bien, que esto era pasajero, que las alas, ¿las alas? Recordé que Dios no toma venganza y que los ángeles caídos andan por el mundo desterrados, dispuestos a que un alma buena los socorra.

- Claro, yo ya había hallado el alma, era pura, diminuta, estaba encerrada en un pequeño cuarto, un tanto dispar, un tanto sucio. La cama es particularmente fea, tiene una estructura metálica amarilla que esta cubierta por un pedazo de tela a cuadros, beige, verde y amarillo. Hay una silla de madera, una ventana que nunca se abre. Ella estaba sentada, encima de la cama, muy brava, muy ebria… de un momento a otro, rompió la botella, yo me aproxime y caí, rápido, quería evitar lo inevitable, grite, no me atendió… perdí el conocimiento, hasta ahora.

En la silla, tomo la mano de mi alma, y ella ya se fue.

Carolina Jiménez

Febrero 12 de 2008