Teco y Luna cantaban y cantaba, ni siquiera de noche nos dejaban descansar, era una sensación abrumadora; al principio la novedad, fue agradable, pero con los días todo se torno repetitivo, aburridor.
Miltón, mi tío, no se atrevía a decirme nada, pero estaba que sacaba los pájaros de la jaula y los dejaba volar, para siempre, situación un tanto extrema. - Que cantaran no era el problema –decía Miltón-, una vez y otra vez, ¡que siempre cantaran! era lo que le aburría, un día tomaría una decisión, la menos correcta.
Lina era pequeña pero muy perspicaz, le gustaba dibujar, adoraba el color verde, claro, oscuro, limón… conocía toda la variedad de verdes, los que daban sus colores, las crayolas, las acuarelas, los vinilos. Pintaba paisajes, y los nutría con colores azules y muchos pájaros; fue así como descubrió un día, en el árbol del pueblo a sus dos canarios, se enamoró de sus colores, de su canto. Y fue así como Miltón le ayudo a atraparlos.
Pero la noche, hay noche aquella en que en medio de la plaza, junto la obelisco le tocó llevar la sombrilla de su tío y no la jaula, y ella llevaba su carpeta, iban rumbo a la casa de su abuela. Noche triste en que su tío resbaló y la jaula cayo al piso y los pájaros volaron. Noche aún más triste, cuando descubrió que sus dibujos también habían caído, y se habían mojado, y el agua era una con el papel y el papel se había desdibujado y sus canarios volaron y volaron muy lejos.
Carolina Jiménez
Febrero 19 de 2008
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